Capítulo 3 Tomar la píldora equivocada

Cuando Victoria se despertó a la mañana siguiente, sentió que estaba resfriada, así que abrió el cajón a buscar medicamentos para la fiebre y se sirvió un vaso de agua. En el momento en el que tomó el medicamento, se dio cuenta de algo, por lo que abrió grande los ojos y empalideció. De inmediato, corrió al baño a escupir la píldora. Luego, se apoyó sobre el lavabo y escupió varias veces, lavándose la boca hasta que no quedara nada de la pastilla que había tomado. —¿Qué sucedió? ¿Por qué viniste corriendo? ¿Estás enferma? Cuando escuchó la característica voz de Alejandro desde la puerta, Victoria levantó la mirada, sorprendida. El hombre tenía el ceño fruncido mientras la miraba. Ella apartó la mirada y, después de un momento de silencio, respondió: —No es nada, solo me tomé la píldora equivocada. Luego, se secó las gotas de agua de la boca y salió del baño. Sin embargo, Alejandro la contempló mientras salía. «Se ha estado comportando de forma extraña desde que regresó a casa ayer». Después de desayunar, la pareja salió de la casa. —¿Quieres ir en el auto conmigo? —preguntó al verla pálida. Después de haber caminado bajo la lluvia el día anterior, Victoria se despertó esa mañana sintiéndose un poco mal, pero antes de que pudiera asentir, a él le sonó el teléfono. El hombre miró hacia abajo para ver que la llamada era de Claudia. Quería volver a entrar para contestar, pero cuando levantó la cabeza, vio que Victoria ya se había ido. Si bien estaban casados, no compartían los mismos intereses, por lo que ella no tenía el hábito de escuchar sus llamadas y había sido así durante los dos últimos años. No obstante, su partida rápida hizo que se angustiara, pero en breve, la sensación desapareció cuando contestó la llamada. Mientras tanto, Victoria se quedó de pie a la distancia, observándolo. Por su apariencia, sabía quién lo llamaba, ya que la expresión era gentil y amable; era una parte de él que ella nunca había visto. Suspiró profundo, reprimió la envidia que sentía y luego caminó hacia el garaje mientras sacaba el teléfono. Cinco minutos más tarde, el hombre cortó la llamada y se dio vuelta para ver que no había nadie a su lado. Luego, echó un vistazo rápido a su alrededor, pero no la encontró. En ese momento, le vibró el teléfono con un mensaje que decía: «Necesito llegar rápido a la oficina, así que me fui». Mientras lo leía, su expresión ensombreció. Por su parte, Victoria se obligó a dejar de pensar en lo que acababa de suceder y se dirigió a la oficina. En el momento en el que se sentó en el escritorio, se desparramó sobre la mesa. «¡Me duele tanto la cabeza!». No obstante, sabía que no podía tomar analgésicos, incluso aunque quisiera, debido a que estaba embarazada. A veces no sabía qué estaba haciendo, en especial si tenía en cuenta que su matrimonio con Alejandro era ficticio. Incluso aunque estuviera embarazada, Griselda sería la única persona que se pondría contenta por ella; sabía que nadie más, ni siquiera él, estaría feliz con el nacimiento de su bebé. Había estado esperanzada de que al decirle que estaba embarazada, lo aceptaría y fortalecería el matrimonio, pero cuando se enteró de que Claudia había regresado, se dio cuenta de que seguía sintiendo lo mismo por ella que en aquel entonces. Si Alejandro supiera, su primer instinto sería aconsejarle que abortara, por miedo a que arruinara su futuro matrimonio con Claudia. No obstante, sentía que debía abortar el bebé de inmediato o no sentiría nada más que vergüenza. —Señorita Victoria. La voz dulce de una mujer que la llamaba desde cerca hizo que recobrara los sentidos. Levantó la mirada y vio que era Jazmín Landa, su asistente. Victoria se irguió y esbozó una sonrisa perfecta: —Buenos días, llegaste. Jazmín, en cambio, no le sonrió, sino que la miró preocupada. —Victoria, no luce muy bien. ¿Está enferma? La mujer se sorprendió con la pregunta, pero enseguida sacudió la cabeza en respuesta. —No dormí bien anoche, pero estoy bien. —¿De verdad? —Parecía no creerle—. Está muy pálida. ¿Está bien de verdad? Debería tomarse el día libre para ir a un médico. —Estoy bien —respondió—. ¿Terminaste con el trabajo de ayer? Jazmín sintió impotencia al ver que insistía en hablar de trabajo, pero al final, le dejó sobre el escritorio los documentos que había ordenado y le sirvió un vaso con agua tibia. —Como se rehúsa a ir al médico, beba esto para sentirse mejor. Victoria la había contratado y, si bien era una empleada dedicada, las dos rara vez interactuaban fuera del trabajo, por lo que estaba sorprendida por su preocupación. Bebió algunos sorbos y le hizo bien, pues el frío que sentía desapareció. Aun así, Jazmín la seguía mirando, nerviosa. —Señorita Victoria, ¿por qué no entrego yo el informe mientras usted descansa aquí? —Está bien —respondió, sacudiendo la cabeza—. Puedo hacerlo. «Solo tengo un poco de fiebre y no soy tan consentida. Si me tomo el día y delego mis tareas cada vez que estoy enferma, al final me volveré complaciente. ¿Qué haré si me enfermo en el futuro sin la ayuda de nadie?». Rápido, Victoria ordenó los documentos y caminó hacia la oficina de Alejandro, la cual estaba ubicada relativamente lejos de la de ella. Si bien por lo general no tenía problemas con ir hasta allí, caminar ese día la cansó debido a que estaba enferma. ¡Toc, toc! —Adelante. Victoria esperó hasta escuchar su voz grave y distante antes de abrir la puerta. Mientras entraba, vio a otra persona dentro; era Claudia, que llevaba puesto un vestido que resaltaba su cintura delgada y lucía como un ángel con el cabello sedoso que le llegaba hasta la cintura y los rayos de luz que entraban por el ventanal iluminándole el rostro. Se tensó al darse cuenta quién era. —Hola, Victoria —la saludó. Luego, caminó hacia ella esbozando una gran sonrisa y, antes de que pudiera reaccionar, Claudia la abrazó, lo que la hizo tensarse aún más mientras intercambiaba miradas con Alejandro por sobre el hombro de la mujer. Él estaba apoyado en el escritorio, mirándola fijo, y era difícil descifrar lo que pensaba. Cuando Victoria recobró la compostura, Claudia ya había dado un paso atrás. —Alejandro me contó todo sobre tu situación; ha sido difícil para ti. —Tenía una expresión de angustia—. Debes decirme si necesitas ayuda. Victoria estaba sorprendida de escuchar eso. «¿Alejandro le contó todo?». Sin embargo, en breve se dio cuenta de por qué lo había dicho; todos estaban al tanto sobre su matrimonio con él, así que no había forma de ocultárselo a ella. Como no era un secreto, él debía explicarse con claridad; se lo debía a Claudia. Entonces, empujó la tristeza que sentía a lo más profundo y esbozó una sonrisa. —Gracias, ¿cuándo regresaste? —Ayer —respondió. «¿Ayer? Eso quiere decir que Alejandro fue a verla apenas llegó. Es inevitable, dado que Claudia es la persona a la que más adora en su vida». —¿Por qué estás tan pálida? —le preguntó de repente—. ¿Estás enferma? Tras escucharla, Alejandro que estaba apoyado sobre el escritorio de forma relajada, de repente, se giró para mirar a Victoria y frunció el ceño, escudriñándola de arriba abajo. —¿Es porque te mojaste caminando a casa bajo la lluvia anoche? —¿Caminando bajo la lluvia? —Claudia lucía confundida. Victoria suspiró y estaba por explicar cuando Alejandro dijo de forma distante: —¿Por qué te estás forzando si no te sientes bien? La compañía no te necesita de forma urgente. Ve a casa y descansa. Cuando Claudia lo escuchó, se giró hacia él por instinto. «¿Por qué está tan nervioso de repente?».

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