Capítulo 2 Divorciémonos

Alejandro llevó a Victoria al baño y la dejó allí; la joven mantuvo la cabeza agachada y esperó a que él se fuera para levantar la mirada y secarse las lágrimas que tenía en las mejillas. Luego de un momento, cerró con llave la puerta del baño y sacó el informe de su bolsillo; como se había mojado por la lluvia, era ilegible y todas las palabras estaban borrosas. Había pensado en entregárselo y sorprenderlo, pero ya no servía.

Hacía dos años que estaba casada con él y sabía que no era el tipo de persona que descuidaba su celular, sino que siempre lo tenía consigo. Tampoco era ese tipo de hombre que le diría que fuera a un lugar para luego ordenarle que se marchara, por lo que era probable que alguien le sacara el teléfono para enviarle ese mensaje y burlarse de ella. Quizás había una multitud de personas riéndose de ella mientras esperaba afuera del club de campo con el paraguas.

Observó el informe durante un momento, sonrió desanimada y lo dejó a un lado. Luego de treinta minutos, salió del baño. Alejandro estaba sentado en el sofá y tenía la computadora frente a él; parecía que estaba muy concentrado trabajando. Al verla, le señaló la taza de té.

—Bébelo.

—De acuerdo.

Ella se acercó y la tomó; no bebió de inmediato, sino que la observó preocupada durante un momento.

—Alejandro.

—¿Qué? —respondió apático sin dejar de mirar la pantalla.

La joven admiró los rasgos faciales del hombre e hizo una mueca; no obstante, parecía que él se impacientó y la miró a los ojos. Como acababa de ducharse con agua caliente, la piel de la joven tenía un tono rosáceo y ya no tenía los labios pálidos, sino que habían recobrado su color habitual. Aún así, parecía bastante débil, quizás por el frío que soportó al mojarse. Con tan solo mirarla, se dio cuenta de que la deseaba.

En cuanto a Victoria, tenía sentimientos encontrados y no le prestó atención a cómo la miraba porque estaba pensando qué decirle.

—Tú… Mmm.

Cuando comenzó a hablarle, el hombre le agarró la barbilla y la besó de manera apasionada; respiraba agitado y ella comenzó a quedarse sin aire. Justo en el momento cuando estaba a punto de empujarlo, comenzó a sonar el teléfono de Alejandro, que estaba sobre la mesa. Ambos se quedaron atónitos y la pasión se disipó de inmediato. Él se alejó de ella y le acarició con ternura los labios como si aún no estuviera satisfecho.

—Bebe el té y ve a descansar temprano —comentó con voz ronca.

Luego, tomó el teléfono, salió de la sala hacia el balcón para responder y cerró la puerta. Atónita por el beso, Victoria permaneció en el sofá un momento y luego, se puso de pie. No fue a la habitación, sino que al balcón y notó que la puerta de vidrio estaba entreabierta, por lo que pudo escuchar lo que decía.

—No me iré.

—¿En qué estás pensando? Sé buena y ve a dormir.

Él hombre hablaba con ternura y ella permaneció allí por unos minutos hasta que se rio en voz baja. «Entonces, sí puede ser atento y cariñoso; es una pena que yo no sea la persona a quien se dirige de ese modo». Se volteó y fue a la habitación; pálida, se sentó en la cama. Su matrimonio había sido un error; igual había sido por acuerdo en realidad.

Hace dos años, los Selva estaban en bancarrota; de la noche a la mañana, lo habían perdido todo y eran el hazmerreír de la ciudad. Tenían mucho poder y tenían varios enemigos que, si los veían en la ruina, no perderían la oportunidad de humillarlos. Un hombre incluso se ofreció ayudarlos a pagar la deuda siempre y cuando le entregaran a Victoria. Antes de que la familia Selva estuviera en esa situación, muchos hombres estaban interesados en ella, pero la joven los ignoró; no obstante, con el paso del tiempo, las personas comenzaron a creer que era arrogante. Un grupo de hombres decidió atacarla ya que estaba en la ruina e hicieron una subasta en secreto para ver quién se quedaba con ella.

Cuando estaba en su peor momento y todos la humillaban, Alejandro regresó. Él se encargó de darle una lección a esos hombres y de hacerlos pagar.

—Comprometámonos —le sugirió luego de ayudar a los Silva a pagar su deuda.

Ella lo miró perpleja y él le acarició la mejilla.

—¿Por qué estás tan sorprendida? ¿Temes que me aproveche de ti? —preguntó—. No te preocupes; será un matrimonio de mentira. Mi abuela está enferma y tú le agradas; se pondrá muy feliz cuando le diga que estamos comprometidos y yo te ayudaré para que tu familia se recupere.

«Ah, o sea que será un compromiso de mentira. No me quiere; esto es solo para hacer feliz a su abuela». Aún así, ella aceptó. Victoria sabía que él no la quería, pero ella sí lo amaba y el compromiso provocó que tuviera sentimientos encontrados. El cambio en su relación con él de novios de la infancia a marido y mujer la hacía sentirse incómoda. No obstante, parecía que él se había acostumbrado bien, ya que asistía a cada evento y celebración con ella.

Luego de un año, como el estado de salud de su abuela, Griselda Báez, empeoró, tuvieron que casarse; ella se convirtió en la señora Calire y todos la envidiaban. Decían que desde jóvenes estaban enamorados uno del otro y que estaban destinados a estar juntos. Cuando salió de su ensueño, no pudo evitar reírse por lo que estaba recordando. Por desgracia, ellos no se casaron porque se amaban, sino porque ambos se beneficiarían al hacerlo.

—Aún estás despierta —dijo Alejandro.

El hombre se acercó junto a ella en la cama y la joven percibió su perfume.

—Quiero hablar contigo —continuó. Ella no se volteó, ya sabía lo que iba a decirle—. Divorciémonos —soltó.

Aunque ella sabía que Alejandro iba a decir eso, se angustió; intentó contener sus emociones y mostrarse tranquila.

—¿Cuándo?

Acostada, la joven parecía inmutable, como si estuviera hablando de cualquier otro asunto.

—Pronto —le respondió, sorprendido por el comportamiento de la joven—. Esperemos a que la abuela se recupere de su cirugía.

—Está bien.

—¿Eso es todo? —preguntó luego de una pausa.

—¿Qué? —dijo al mismo tiempo que se volteaba para mirarlo.

Tenía los ojos bien abiertos y él se quedó estupefacto por su pregunta; tragó saliva y soltó una risita.

—Nada, mujer despiadada.

La gente decía que el matrimonio unía a la pareja; había estado casada por dos años, pero ella ni se inmutó cuando él le propuso divorciarse. Ellos sabían que era un matrimonio por conveniencia y ambos obtuvieron lo que necesitaban; él no era más que la persona que le espantaba los pretendientes a Victoria. «Dos años. Si no fuera por la abuela, se habría divorciado de mí hace tiempo». Intentó suprimir la incomodidad que sintió al verla tan tranquila y cerró los ojos, acostándose a su lado.

—Alejandro —dijo ella de repente.

El joven abrió los ojos oscuros y la miró.

—¿Qué sucede?

—Gracias por estos dos años —contestó luego de dudar un momento mientras lo observaba.

—Hablas demasiado —respondió, frunció los labios y cerró los ojos.

¿En verdad era así? Ella se volteó de nuevo al mismo tiempo que pensaba que no tendría oportunidad con él luego de divorciarse.

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