Capítulo 7 Verter el medicamento

Victoria habló de forma clara y directa, a diferencia de Claudia que fue cortés pero indirecta. De repente, esta se sintió incómoda.

—N-no me refería a eso.

No obstante, Victoria no se molestó con ella y cambió de tema. Antes de irse de la clínica, Domingo le dio unos medicamentos.

—A pesar de que su amiga no quiere tomar el medicamento, debería intentar beber un poco si es posible. Le receté un medicamento tradicional y no dañará su cuerpo. Que solo lo beba unas pocas veces —le aconsejó a Claudia.

—De acuerdo.

Enseguida, los tres se marcharon de la clínica y regresaron a la residencia Calire. En cuanto se detuvieron en la entrada, Victoria, que seguía con molestias, intentó bajarse del vehículo. Lo único que quería era regresar a su habitación y dormir. Por desgracia, tropezó y casi se cae mientras se bajaba del auto. Alejandro se apresuró a tomarla del brazo y frunció el ceño.

—Te encuentras en este estado y, aun así, te niegas a tomar el medicamento o a recibir una inyección. Eres increíble.

Claudia los siguió y vio que estaban tomados de la mano, así que se apresuró y tomó a Victoria.

—Déjame ayudarla, Ale.

La ayudó a ingresar a la casa y cuando vio a las sirvientas, las saludó. Estas la miraron sorprendidas.

—¿Acaso vi mal? ¿Esa no era la señorita Juárez?

—¿Quién es la señorita Juárez?

La mayoría de las sirvientas con más antigüedad en la casa conocían a Claudia, pero algunas más nuevas no.

—Claudia Juárez. Es la mujer que le gusta al señor Calire. ¿No lo sabes?

—¿Al señor Calire le gusta? —La joven sirvienta abrió los ojos de par en par—. ¿Acaso no está casado?

—La mayoría de los matrimonios en las familias adineradas son solo negocios; no hay verdadero amor —dijo la sirvienta mayor, que había pasado muchos años en la residencia Calire y habló con confianza—: Ustedes son nuevas aquí, así que no entienden; sin embargo, yo estuve allí cuando sucedió todo. Claudia no es una mujer al azar que le gusta al señor Calire; en realidad, ella le salvó la vida. Se fue al extranjero a estudiar durante algo de tiempo y él la ha estado esperando desde entonces.

—¿Por qué el señor Calire se casó con otra persona? —preguntó una de ellas.

—Bueno, porque la gran señora Calire se enfermó y quería verlo sentar cabeza y formar una familia. Él no tuvo más remedio que encontrar a otra persona. En aquel entonces, la familia Selva se había declarado en quiebra, así que ya sabes cómo sigue —dijo la sirvienta mayor esbozando una pequeña sonrisa—. Es un secreto dentro la sociedad de clase alta. No muchas personas lo saben, así que no lo difundas.

—En realidad, creía que el señor Calire y su esposa estaban enamorados. No sabía que solo era una actuación —comentó otra de las sirvientas, se escuchaba algo decepcionada.

—Por supuesto que todo es una actuación. No seas tan ingenua —respondió la sirvienta mayor.

Cuando estuvieron a punto de decir algo más, alguien tosió y las interrumpió. Se dieron vuelta y vieron a Héctor de pie, tenía una expresión sombría y seria.

—¿Acaso no tienen trabajo que hacer? —preguntó y el grupo se dispersó.

Una vez que se fueron, él se quedó allí de pie. Era un hombre de unos cincuenta años con canas en las cejas. Frunció el ceño cuando oyó que Claudia había regresado. «Eso explica por qué la señora actuó de forma extraña anoche».

Mientras tanto, Claudia ayudó a Victoria a regresar a su habitación.

—Gracias —dijo Victoria.

—Ni lo menciones —respondió la otra mujer sonriendo—. Deberías descansar un poco.

—Está bien. —Victoria se quitó los zapatos y se recostó. Fue entonces cuando se percató de que Alejandro ingresó despacio a la habitación con una mirada despreocupada hasta que vio a Claudia.

—¿Te llevo a casa? —le preguntó.

A fin de cuentas, ella se encontraba en la residencia Calire y no tenía motivos para quedarse.

—Por supuesto, gracias. —Asintió con la cabeza.

Antes de irse, miró alrededor de la habitación y notó un traje de hombre hecho a mano en el perchero de afuera. «Solo Alejandro usaría ese estilo». De repente, palideció un poco y lo siguió en silencio con los labios fruncidos.

Una vez que todos se fueron, Victoria abrió los ojos y levantó la mirada hacia el techo blanco, se sentía perdida. «¿Qué debo hacer con el bebé?».

Estar embarazada no era algo sencillo. Ella podía ocultar sus sentimientos por él por uno, dos e incluso diez años, pero ¿qué ocurría con un embarazo? No podría ocultarlo cuando se le notara el vientre. Mientras más lo pensaba, más vueltas le daba la cabeza y, poco a poco, cayó en un largo y profundo sueño.

En su sueño, Victoria sentía que alguien le desabrochaba el cuello y que algo frío la cubría. Tenía el cuerpo caliente y se sentía cómoda. Suspiró y tomó de manera instintiva el brazo de la persona tanto con las piernas como con los brazos. Escuchó un gemido ahogado y una respiración pesada. Alguien la tomaba del cuello de manera brusca pero suave, además, tenía los labios mojados. Pronto, algo exploraba en su boca. Ella frunció el ceño y mordió el objeto extraño, sintió el sabor de la sangre y el grito ahogado de dolor del hombre. Luego, la empujaron a un lado y alguien le pellizcó con fuerza la mejilla. Escuchó débilmente que la persona decía:

—Te he consentido demasiado, ¿no? Incluso me mordiste.

Ella hizo un gesto de dolor, se quejó y apartó la mano de la persona antes de caer en un sueño profundo.

Cuando Victoria despertó, ya era la noche. Había una sirvienta a su lado, que estaba encantada de verla despierta.

—Señora Calire, despertó. —Se acercó y colocó una mano sobre la frente de la joven—. Gracias a Dios su temperatura bajó.

Victoria miró a la sirvienta frente a ella mientras pensaba en recuerdos fragmentados específicos.

—¿Me has estado cuidando todo este tiempo? —preguntó.

A la sirvienta se le iluminó la mirada mientras asentía en respuesta. En cuanto escuchó eso, la expresión esperanzada de la joven se desvaneció y apartó la mirada. Esos recuerdos fragmentados hicieron que creyera que Alejandro la había estado cuidando, pero no era él.

Victoria estaba sumida en sus pensamientos cuando la sirvienta llevó un cuenco con un medicamento.

—Señora Calire, es bueno que esté despierta. El medicamento sigue caliente, así que debería bebérselo ahora.

El intenso aroma del medicamento tradicional se sentía en el aire, lo que hizo que Victoria frunciera el ceño e instintivamente lo evitara.

—Señora Calire, por favor, bébalo mientras siga caliente. Dentro de poco estará frío —dijo la sirvienta acercándole el cuenco.

Victoria retrocedió y volteó la cabeza.

—Déjalo allí. Lo beberé más tarde.

—Usted…

—Estoy algo hambrienta. ¿Puedes ir abajo y traerme algo para comer? No te preocupes; terminaré el medicamento cuando regreses con comida. —Había dormido durante mucho tiempo y en verdad estaba hambrienta.

La sirvienta lo pensó por un instante y asintió.

—De acuerdo, iré abajo y le conseguiré algo. Por favor, beba el medicamento.

—Sí…

La sirvienta se fue, Victoria levantó las sábanas y se levantó de la cama. Llevó el oscuro medicamento tradicional y se dirigió al baño para vaciarlo en el inodoro. Mientras observaba cómo el medicamento desaparecía sin dejar rastros, suspiró aliviada, dado que no tendrían que persuadirla para que lo bebiera.

Se enderezó con el cuenco vacío y se dio vuelta, vio que Alejandro había llegado sin aviso. Estaba apoyado contra la puerta del baño y la miraba fijo de manera tajante.

—¿Qué haces?

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