Capítulo45

-¿Cómo está Clara últimamente? Ella se atrevió a actuar contra los Sánchez, lo cual es una decisión decisiva, pero si no lo maneja bien, temo que atraiga el resentimiento de otros y cause problemas. Antonio y Sebastián no pueden volver, ustedes dos están a su lado, deben protegerla en todo momento. -Julio habló con un tono neutral, pero su mirada mostraba preocupación.

-Entendido, papá.

-Puedes estar seguro, papá. Si alguien se atreve a intimidar a Clara, lo haremos pagar con creces.

-No es necesario exagerar. Si lo dejamos vivo, es suficiente con que sufra.

La cena terminó y Julio y Diego salieron primero.

Cuando Javier estaba a punto de salir, se dio cuenta de que Diego había dejado su móvil en la mesa.

Mientras tanto, el móvil comenzó a vibrar.

El nombre, Alejandro, en la pantalla era muy llamativo.

Javier actuó para la ocasión y miró a su alrededor antes de aclararse la garganta y responder la

llamada.

-¿Necesita algo, señor Hernández?

-Estoy buscando a Irene. -dijo Alejandro con un tono frío y sin ninguna cortesía, lo que hizo que

Javier se sintiera enojado.

-¿Crees que tienes el derecho de pedirle a Irene que te atienda el teléfono? ¿No estás enfermo?

Hubo un momento de silencio al otro lado del teléfono, y luego Alejandro preguntó en voz baja:

-¿Eres Diego?

Javier pensó que Alejandro se había dado cuenta de algo, pero aun así respondió tercamente: Si quieres hablar con alguien porque estás borracho, llama a tu prometida. No tengo tiempo para

tonterías.

-Diego, si quieres ayudar a Irene, debes hacerlo de manera abierta y honesta, en lugar de usar tácticas oscuras y apuñalarla por la espalda–dijo Alejandro con una voz fría y llena de

descontento.

-¡Realmente no te importa tu propia imagen! – dijo Javier con rabia -Quién fue el primero en difamar a Irène con tácticas despreciables? ¿No lo tienes claro? Si quieres pedir clemencia por tu futura esposa, debes mostrar una actitud humilde en lugar de buscar excusas. ¡No puedes tener tu

pastel y comértelo también!

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Al otro lado de la linea, Alejandro apreto los punos con fuerza y su rostro ardia de verguenza.

Él, que

había hablado sin parar en innumerables cumbres, ahora fue ahogado por un fiscal de alto nivel como Javier, incapaz de decir una sola palabra.

-Pero te puedo decir claramente que incluso si te arrodillas y me suplicas, no te perdonaré. Haré que todas las personas que hayan intimidado a Irene paguen un precio doloroso.

Terminando la llamada de manera decisiva, Javier cortó la comunicación.

En su habitación, Alejandro miró la pantalla negra con las venas del cuello hinchadas y los dedos

apretando la pantalla.

¡Señor! -César entró apresuradamente y vio a su jefe con la cara oscura, jadeando con falta de

aire.

-¿Qué?

-Segui sus órdenes y busqué información. Resulta que los cinco hijos de la familia Pérez, además del hijo mayor, Diego, todos los demás tienen archivos cifrados de alta seguridad que no se pueden

descifrar.

Alejandro levantó bruscamente la cabeza, su mirada se oscureció y su ira se acumuló.

César se puso pálido y carraspeó: -¿Debería ir a la oficina de recursos humanos para presentar mi

renuncia?

Clara acababa de tomar un baño de burbujas, se puso una mascarilla facial y se envolvió en una

bata blanca como un elegante cisne para caminar con gracia y rapidez hacia abajo para buscar

vino.

—Señorita, si tiene dificultades para moverse, dígame lo que necesita y la ayudaré a llevarlo–dijo

Aarón cuando se acercó a ella rápidamente, su rostro delicado lleno de preocupación.

-Solo necesito que vayas a la bodega y traigas una botella de vino, no te preocupes. Ya son más de

las nueve, ¿por qué todavía estás vestido con traje y corbata?

Clara lo miró de arriba abajo y parpadeó con sus ojos almendrados.

-A partir de ahora, cuando vuelvas aquí, siéntete como en casa y no te sientas cohibido. Cuando

regreses aquí, simplemente cámbiate a ropa de casa. Siempre siento que estás en modo trabajo las veinticuatro horas del día y eso te hace estar demasiado tenso.

También había otra razón, y era porque de esta manera ella recordaría a Alejandro.

Era bastante vergonzoso: habían estado casados por tres años, pero aparte de esa noche, nunca había visto el cuerpo de su esposo.

Alejandro era un pervertido altamente abstemio y, cuando regresaba a la mansión, se encerraba en

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se ponia un pijama azul oscuro para dormir. Elegante, precioso, pero también oscuro y sofocante.

Sin embargo, solo Clara sabía que dentro del cuerpo frio y sin emociones de ese hombre se

escondia un alma tan ardiente y fogosa.

-¿Señorita, Señorita? -Aarón inclino la cabeza y la llamó suavemente dos veces,

-¿Eh?

Clara se tambaleó, con las mejillas enrojecidas y sus ojos claros llenos de brillo.

-Tu cara está muy roja.

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