Capítulo 43 No soy una extraña

-¿Q-qué?

Claudia no podía creer lo que estaba escuchando y no queria irse en absoluto. Ella esperaba que, después de almorzar, pudiera mostrarle el dedo lastimado en su oficina, así él se conmovería y se preocuparia por ella y ambos podrían quedarse en el lugar solos para tener privacidad. No obstante, parecía que eso no iba a ocurrir. La mujer intentó disimular lo decepcionada que estaba.

-Ale, a dónde irás? Si no vas a demorarte, puedo esperarte en la oficina -comentó avergonzada.

-Lo siento, Claudia, pero voy a tardar. Deberías irte.

-Yo…

-Señorita Juárez, por aqui, por favor -dijo el asistente que se acercó a ella.

Claudia no queria retirarse aún y se mordió el labio mientras observaba al hombre con los ojos enrojecidos. ¿Qué sucede? ¿Por qué es tan indiferente conmigo incluso aunque me comporte de este modo?».

No obstante, Alejandro no notó que tenía los ojos llenos de lágrimas y se marchó de inmediato, como si tuviera un asunto urgente que atender. La mujer se mantuvo de pie en el lugar mientras lo veia desaparecer.

-Señorita Juárez, ¿podemos retirarnos?

Claudia miró al asistente de Alejandro, que estaba serio y le hablaba de manera apática; sentía que no le agradaba y en verdad era así. El asistente no la estimaba porque todos en la compañia sabian que estaba casado con Victoria. Como fue de ese modo a la sala de reuniones con una vianda, era evidente cuáles eran sus intenciones. Como estaba desde hacia tiempo con la señora Selva, el asistente sabia que era una mujer capaz y amable; por ese motivo, era tan molesto ver a Claudia comportarse de ese modo.

Aunque el asistente estaba molesto, no dijo nada ya que él solo debía ayudar a Alejandro con su trabajo. Sin embargo, Claudia se negó a retirarse en ese momento porque se había esforzado mucho al cocinar y se lastimó un dedo. Si se marchaba, ¿cuál era el objetivo? La herida se iba a curar con rapidez y no serviría de nada agravarla para retrasar la cura y poder mostrársela a Alejandro. No podía perder esa oportunidad.

-¿A dónde ha ido Alejandro? -preguntó sonriendo al asistente-. ¿Regresará esta tarde? Si es asi, ¿puedo esperarlo en su oficina?

-No estoy al tanto de la agenda del señor Calire-contestó inexpresivo y de manera poco amigable. En cuanto a lo que sugiere, lo lamento, señorita Juárez, pero no será posible. No pueden ingresar extraños a su oficina cuando el señor Calire no está.

-No

soy una extraña-comentó entre dientes; no podía contener la ira.

-No estoy seguro-concluyó.

-Este asistente es muy molesto. Lo primero que haré cuando me convierta en la esposa del jefe de Grupo Calire será reemplazarlo; es un imbécil-. La mujer lo maldijo en su mente, pero se mostró tranquila y mantuvo la compostura.

-De acuerdo, entonces, ¿podría llevarme? Por cierto, le preparé este almuerzo con gran esmero; ya que Ale no ha podido comerlo, puede quedárselo.

Aunque detestaba al asistente, él trabajaba para Alejandro en ese entonces, así que debía. contenerse. Era mejor agradarle y tenerlo de su lado; no obstante, el joven retrocedió un paso y

sacudió la cabeza.

-Señorita Juárez, no puedo aceptarlo porque estaré en deuda con usted.

Claudia estaba tan molesta que casi estalla de ira, pero, a fin de cuentas, el asistente la llevó a su

casa.

Cuando Alejandro llegó al asilo, ya casi era el momento y se relajó al ver a Victoria y a Griselda recostadas, una apoyada sobre la otra. Cuando la señora escuchó un ruido, lo miró y le hizo un gesto para que hiciera silencio; solo en ese momento, el hombre notó que Victoria estaba dormida apoyada en la pierna de la anciana.

Como las piernas de Griselda eran débiles, Alejandro se acercó, se agachó con cuidado, la alzó y la acostó en la cama de al lado; dormía tan profundamente que ni siquiera se despertó cuando él la movió. De manera inconsciente, se restregó el rostro con la almohada suave y continuó durmiendo al mismo tiempo que abrazaba la manta.

Al verla, el hombre no pudo evitar acariciarle con ternura la mejilla; ella lucía adorable cuando dormía y su piel era tan suave y delicada, que él no pudo evitar continuar acariciandola.

-Intentas despertarla? -preguntó la señora en voz baja justo cuando él iba a volver a tocarla. -No, abuela-contestó avergonzado; se aclaró la garganta y ya no la acarició.

Griselda le pidió a Alejandro que la sacara en su silla de ruedas.

-Me pidió que le contara una historia, se quedó dormida y ni siquiera llegué a la mitad – comentó en cuanto salieron del lugar. No sé si es porque soy muy mala haciéndolo o porque no ha descansado lo suficiente estos días.

-Quizás no ha dormido bien porque tiene ojeras.

Cuando le acarició la mejilla, notó lo cansada que lucia’y la piel pálida resaltaba las ojeras.

-¿Qué sucede? ¿Por qué no ha descansado bien? La has estado molestando?

-¿Molestarla? -dijo confundido-. No me atrevería; además, desde niños siempre ha sido ella la que me intimida a mí.

-ija! Eres un hombre, asi que qué importa si te ha molestado. Incluso te comportas como si

fueras la víctima.

-No, no es cierto, solo digo la verdad.

-De todos modos, no puedes intimidarla porque la aprecio demasiado. Aunque no sea mi nieta de sangre, la quiero como si en verdad lo fuera.

Alejandro no dijo nada, ya que todos sabían que en verdad era así.

-Mmm.

Victoria no sabía cuánto tiempo había dormido, pero estaba exhausta y la cama era muy cómoda; cuando despertó, se estiró con pereza antes de incluso abrir los ojos. Cuando se despabiló, se encontró con Alejandro, que la miraba sonriendo.

-¿Despertaste?

-¿Alejandro?». Victoria se sorprendió al verlo sentado en el borde de la cama; cuando miró a su alrededor, se dio cuenta de que era la habitación de la anciana.

-¿Dónde está la abuela? -preguntó al mismo tiempo que se tocaba la frente porque estaba molesta con ella misma. ¿Cómo voy a dormirme?

-La abuela está en un control con su doctor-explicó mientras la observaba-. ¿Cómo vas a dormirte mientras ella te contaba una historia? Nadie hace eso, excepto tú.

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