Capítulo 5 Proteger su supuesta dignidad

Victoria no podía ir al hospital porque en cuanto lo hiciera, su embarazo saldría a la luz. Parecía ridículo, pero no quería que nadie más supiera lo del bebé, por eso intentó proteger la poca dignidad que le quedaba. Sabía que había perdido su orgullo cuando aceptó fingir un matrimonio con Alejandro. En ese momento, ante él y la mujer que amaba, ¿qué clase de dignidad le quedaba? Aun así… Entonces, bajó la mirada, pero no quiso revelar nada que pudiera hacer que los demás la ridiculizaran.

Alejandro frunció el ceño al oír aquello, entretanto giró el auto de manera brusca, por lo que chirrió hasta detenerse junto a la carretera. En ese momento, Victoria pensó que le estaba diciendo que saliera del vehículo, así que extendió la mano para abrir. ¡Clac! Las puertas se cerraron de inmediato. Él la miraba fijo a través del espejo retrovisor.

—¿Por qué no quieres ir al hospital? —le preguntó.

Ella se había estado comportando de forma extraña desde que caminó bajo la lluvia la noche anterior.

—Puedo ir sola al médico si no me encuentro bien —respondió con calma.

Él entrecerró los ojos al oír eso.

—Ale, ¿es por mí? —preguntó Claudia enseguida—. Por qué no… ¿Por qué no me bajo aquí mientras llevas a Victoria al hospital? Después de todo, su malestar es bastante serio y no podemos retrasar su tratamiento. —Tras eso, se inclinó hacia él como si quisiera abrir la puerta del auto.

Victoria vio como él la detenía al tomarle la mano.

—No digas eso. —Alejandro frunció el ceño y miró a esta antes de continuar—: No pienses demasiado. No es por ti.

Entonces, Claudia observó las manos de ambos y a la vez se mostró apenada. Mientras tanto, Victoria los observaba en silencio. Cuando la señorita Juárez se dio vuelta para mirarla, la otra mujer apartó la mirada a regañadientes.

—Disculpa el malentendido —dijo Claudia—. Creí que estabas enfadada con Ale por mi culpa. Lo siento mucho.

Victoria la miró con calma. Habría pensado que esa mujer era una manipuladora si no estuviera en deuda con ella por haberla ayudado una vez. Sin embargo, Claudia también fue su salvadora; por ello, Victoria forzó una sonrisa.

—No hay problema.

—¿No quieres ir al hospital porque tienes miedo de ese lugar? —le preguntó sonriendo—. Mi amigo abrió una clínica propia después de volver del extranjero. ¿Por qué no vas allí? —Luego se dio vuelta hacia Alejandro—. ¿Qué te parece, Ale?

Él no aceptó la idea de inmediato; en lugar de eso, frunció el ceño y preguntó:

—¿Una clínica? ¿Es confiable?

—Por supuesto —respondió con cierta torpeza—. Si no lo fuera, ¿te lo presentaría? ¿No confías en mí?

Tras pensarlo un momento, asintió.

—Iremos allí.

Victoria hizo un gesto de disgusto.

—Yo…

Sin embargo, él ya se alejaba a toda velocidad y la objeción de ella fue inútil. Por otra parte, Claudia incluso la tranquilizaba.

—No te preocupes, Victoria. Mi amigo es un buen hombre; es muy amable y paciente. Me aseguraré de que sepa de antemano que tu tratamiento se gestionará más adelante, ¿de acuerdo?

Comparada con Claudia, que era considerada y amable, Victoria parecía ser todo lo contrario. A pesar de su malestar, seguía negándose a ir al hospital, lo cual era egoísta y desconsiderada. ¿Qué más podía decir Victoria a eso? Así que se quedó callada mientras seguían su camino. Al llegar a la clínica, Claudia la ayudó a salir del auto y le preguntó en voz baja:

—¿Te sientes mareada? Si te encuentras mal, puedes apoyarte en mí.

Su voz era muy suave y las manos también; el tenue aroma de jazmín permanecía a su alrededor. Sin embargo, Victoria bajó la mirada, pensativa. «Claudia no solo es impresionante, sino también una persona maravillosa. Además, una vez salvó a Alejandro. Si yo fuera él, quizás también me enamoraría de ella». Después de que el amigo de Claudia llegara, habló con él durante un rato. El hombre de guardapolvo miró a Victoria, asintió hacia Claudia y se acercó a ella.

—Hola, eres su amiga, ¿verdad? Soy Domingo Farres.

Victoria lo saludó inclinando la cabeza.

—Hola.

—¿Tienes fiebre? —Su voz sonó suave, en tanto le colocó la mano en la frente.

Con su proximidad inesperada, ella se inclinó a un lado. No obstante, él encontró humor en su respuesta—. Solo te estoy tomando la temperatura —dijo, luego se dio vuelta y sacó un termómetro—. Vamos a controlarte.

Victoria lo aceptó.

—Sabes usarlo, ¿verdad? —le preguntó Alejandro mientras se colocaba detrás de ella.

Su pregunta la dejó atónita; aun así, prefirió ignorarlo. «¿Qué te hace pensar que no sé usar un termómetro?». Sus movimientos eran lentos porque se sentía tan mal que se mareaba. Una vez colocado el termómetro, Domingo le dijo que lo dejara allí. Al ver eso, Claudia aprovechó la oportunidad para presentarle a su amigo a Alejandro.

—Ale, él es Domingo. Ya te había hablado de él por teléfono. Es un médico increíble y ama tanto su libertad, pero decidió abrir una clínica cuando regresó. Domingo, él es Alejandro. Él es… —Hizo una pausa antes de continuar con timidez—: Mi amigo.

—¿Amigo? —Domingo elevó las cejas al oír eso, luego miró a Victoria antes de volver a dirigir su mirada a Alejandro—. Hola, soy Domingo Farres. Es un placer conocerte.

Pasaron unos largos instantes antes de que estrechara la mano de Domingo.

—Alejandro Calire.

—Lo sé. —El médico portaba una sonrisa misteriosa y agregó de manera sugestiva—: Claudia habla de ti a menudo. Tiene una muy buena opinión de ti.

—¡Domingo! —Claudia se sonrojó enseguida como si ese comentario hubiera tocado una fibra sensible.

—¿Qué? ¿Me equivoco? Siempre estás elogiándolo delante de todo el mundo.

—Basta. Ni lo menciones.

Alejandro miró a Victoria mientras los otros dos hablaban. La joven estaba sentada y entrecerraba los ojos. El cabello le colgaba sobre la frente, al mismo tiempo le tapaba su mirada y ocultaba cualquier signo de sus emociones. Estaba sentada en silencio, tranquila e imperturbable, como si fuera una extraña. Entonces, el rostro de él se ensombreció al instante al ver aquello. Cinco minutos después, Domingo le quitó el termómetro a Victoria, luego frunció el ceño.

—La temperatura está un poco alta. Te aplicaré una inyección.

Victoria levantó la cabeza de inmediato.

—Nada de inyecciones.

Domingo la miró y sonrió.

—¿Tienes miedo de que te duela? No te preocupes, lo haré con cuidado.

Claudia asintió.

—Tu salud es vital, Victoria.

Aun así, ella negó con la cabeza e insistió:

—No quiero inyecciones ni medicación.

Su obstinada actitud hizo que Alejandro frunciera el ceño una vez más.

—Nuestra única opción es bajarte la temperatura. Le diré a la enfermera que consiga lo que necesitas. Por ahora, ponte un paño frío y húmedo en la frente. No queremos que te suba la temperatura.

—Yo lo ayudaré —dijo Claudia apenas Domingo salió.

Cuando se fueron, Alejandro y Victoria eran los únicos que quedaban en la habitación. Mientras tanto, ella seguía mareada. Quería tomar el paño mojado para colocárselo en la frente, pero no podía reunir fuerzas. Entonces, Alejandro, que había estado relativamente callado todo el tiempo, habló de forma brusca:

—¡Melodramática!

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