Tras mi renuncia el CEO luchó por mi amor por Isa Melodía
Tras mi renuncia el CEO luchó por mi amor Capítulo 5

Capítulo5 Injusticias de la vida

Eduardo observó silenciosamente a Ximena por un momento antes de retirar la mirada y dirigirse hacia la salida. La puerta de la oficina se cerró nuevamente y Ximena apoyó sus manos en su frente, ocultando su rostro abatido y de impotencia.

Las acciones de Alejandro no dejaban lugar a dudas: él de repente se preocupaba por la persona que había regresado, y Ximena, como reemplazo desechable, ya le había llegado la hora de ceder su lugar.

El sonido de la vibración de su teléfono sobre la mesa captó la atención de Ximena. Al ver el nombre de Samuel Fonseca, el médico de cabecera que atendía a su madre, Ximena contestó rápidamente.

—¡Doctor Fonseca! —dijo Ximena nerviosa. —¿Sucedió algo con mi madre?

—Ximena, ¿tienes tiempo para venir al hospital? —preguntó Samuel con un tono evidentemente preocupado.

Al notar la extraña tonalidad en la voz del médico, Ximena se puso de pie de inmediato.

—¡Sí, voy enseguida!

Veinte minutos después, Ximena llegó al hospital con solo una camisa puesta. El viento frío la hizo estornudar de repente, y apresuró sus pasos hacia el edificio de hospitalización.

Sin embargo, justo cuando salió del ascensor, vio a un hombre parado junto a la puerta de la habitación de su madre. Llevaba una chaqueta de cuero y sostenía un cigarrillo en la boca mientras hablaba con el doctor Fonseca de manera insolente.

En cuanto Ximena lo vio, sus manos se apretaron en puños y se acercó rápidamente. Sus pasos llamaron la atención tanto de Samuel como del hombre, quienes se voltearon para mirarla.

Al ver a Ximena, el hombre sonrió irónicamente.

—Vaya, Señorita Pérez, ¡has venido!

Ximena lanzó una mirada de disculpa a Samuel antes de dirigirse al hombre con voz fría: —Emilio, creo que fui bastante clara. Aunque me presionen para pagar, no deberían venir a la habitación de mi madre.

Emilio sostuvo el cigarrillo entre sus dedos y habló con un tono burlón.

—Estábamos buscando a tu padre, pero tan mala suerte que no pudimos encontrarlo. Si no lo encontramos, ¿a quién más podemos acudir sino a tu madre?

Ximena contuvo su furia y miró fijamente a Emilio.

—¿Cuánto esta vez?

—No mucho, tres mil más los intereses—dijo Emilio.

La expresión de Ximena se oscureció.

—El mes pasado fueron solo mil quinientos.

Emilio sonrió fríamente mientras evaluaba a Ximena.

—Eso deberías preguntárselo a tu padre. Aquí tienes el contrato de préstamo. Conoces sus garabatos, solo estoy cobrando lo que se debe.

Emilio sacó la cuenta y se lo entregó a Ximena. Con un suspiro, Ximena encontró que era legitimo. Después de todo, su padre era adicto a los juegos de azar y siempre andaba endeudándose.

Mientras no pagara, este grupo de prestamistas seguiría rondando a su madre. Debido a la delicada salud de su madre, Ximena decidió aguantarselo.

—Está bien, te lo daré. Pero si vuelven a aparecer en el hospital, no verán un centavo más de mí.

Emilio recibió el dinero y se fue descansado. Samuel, que había estado observando, se acercó con preocupación.

—Ximena, no puedes seguir así. Te estás sometiendo a mucha presión.

Ximena sonrió amargamente: —Después de todo, es mi padre.

Viendo cómo el rostro de Ximena se volvía cada vez más pálido, Samuel frunció el ceño ligeramente.

—¿Te sientes mal?

—No, estoy bien…—sacudió la cabeza, pero de repente se sintió mareada y casi perdió el equilibrio.

Samuel rápidamente la sostuvo, pero al tocar su piel caliente, se detuvo por un momento.

—Ximena, ¿no sabías que tenías fiebre?

En su habitualmente amable y gentil rostro, había una pizca de reproche. Ximena retiró su brazo y tocó su frente caliente.

—Estaba ocupada con el trabajo y no me di cuenta. Tomaré algo más tarde para sentirme mejor. Gracias, doctor Fonseca. Voy a entrar a ver a mi madre.

Después de decir eso, ella pasó junto a Samuel y entró en la habitación del hospital.

Dentro de la habitación, al ver el rostro demacrado y pálido de su madre Ximena sintió un amargo dolor en el corazón. Respiro profundo para contener así sus emociones antes de acercarse.

—Mamá, ¿ya terminaron de administrarte el medicamento de hoy? —dijo Ximena mientras se acercaba a la cama.

Laura Fernández, acostada en la cama, giró lentamente la cabeza y miró a Ximena con una expresión llena de compasión. —Tu padre nuevamente te ha causado problemas, ¿verdad?

Ximena sonrió sin preocupación y añadió un poco de agua caliente a la taza de Laura.

—Las cosas de familia se quedan en familia.

Laura se sentía aún más oprimida por el hecho de que Ximena fuera tan considerada. Después de un breve silencio, habló.

—Ximena, deberías dejar la casa.

Ximena, con la taza en la mano, se detuvo un momento.

—No vuelvas a mencionar eso, mamá. Eres mi madre, y no puedo abandonarte.

—¿Entonces quieres que las deudas de tu padre te arruinen la vida? —Laura se emocionó de repente.

Ximena fingió una sonrisa tranquila.

—Mamá, mi salario anual no es bajo. Ustedes me criaron hasta que crecí. Ahora es mi turno de cuidarlos, ¿no crees?

Laura frunció el ceño y su voz se volvió severa.

—¡Cuidar de nosotros no significa arruinar tu vida! Conozco mi estado de salud. La madre muerte ya me saluda de cerca. ¿Acaso te harás la de oídos sordos?

—¡Mamá! —Ximena rápidamente sostuvo la mano de Laura. —Te prometo que cuidaré de mí misma, ¿de acuerdo?

Laura miró a Ximena, vio sus ojos húmedos y sintió un pesar en su corazón. Pero ¿cómo podía permitir que su hija cargara con ese enrome peso? Conocía la naturaleza de su esposo, había vivido medio siglo casi la mitad de su vida con él, y sabía muy bien él jugaba sin parar, aun así, casi siempre perdía yendo en espiral siempre más y más bajo.

Con esa idea en mente, Laura cerró los ojos con frustración y suspiró largamente.

—Ximena, hay algo que debo contarte.

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