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-Al llegar la noche, los familiares y amigos comenzaron a retirarse. A medida que se iban, todos nos miraban a mi madre y a mí de manera extraña. Incluso hubo quienes nos insultaron, acusándonos de haberlos engañado y cuestionando si realmente había una boda, dado que el novio no había dado señales de vida. Crificaban la situación como la más ridícula que habían presenciado en una boda. -Mi madre se quedó atónita, sin saber cómo responderles. No te culpó a ti, sino que se culpó a sí misma por no encontrar una excusa para justificar tu ausencia, temiendo que no dejara una buena impresión. Es curioso, a pesar de tus errores, ella aún pensaba en ti.

-Después de que todos se fueron, solo quedamos mi madre y yo. Para entonces, ya eran las nueve de

la noche.

-Ella estaba mal de salud, así que le pedí que descansara. En el fondo, yo ya sabía que probablemente no vendrías, pero ella no quiso creerlo. Decía que Diego era una persona responsable, que no faltaría a una ocasión tan importante. Así que siguió esperando.

-Diego, tú eres como la luna en lo alto del cielo, quizás nunca puedas entender cómo nos sentimos en ese momento. No puedes imaginar lo largo y doloroso que puede ser el tiempo cuando estás decepcionado. Cada hora nos parecía una eternidad.

-Finalmente, a medianoche, ella perdió la esperanza. Se dio cuenta de que no vendrías.

-Este golpe fue demasiado para ella. Al darse cuenta de que no vendrías, su corazón no pudo soportarlo y sufrió un infarto en ese mismo momento.

-Diego, ¿sabes? Si solo hubieras devuelto una de mis llamadas en todo ese tiempo, el desenlace con mi madre habría sido diferente. Pero solo tenías ojos para Leticia. No te importábamos, y faltar a nuestra boda no significaba nada para ti.

La lluvia se detuvo, y mis palabras también llegaron a su fin.

Todo debía terminar aquí.

Diego miró la urna con las cenizas de mi madre, con los ojos llenos de lágrimas.

-Lo siento, lo siento…

Él, que nunca había agachado la cabeza ante mí, en ese momento solo podía decir una disculpa.

-Es tarde, todo es demasiado tarde. Tu disculpa no puede ser escuchada por ella, y nunca obtendrás su perdón.

Hablé fríamente, sin ninguna emoción en mi rostro.

-Lo siento, Blanca. Sé que todo esto es culpa mía. Nunca pensé que tendría consecuencias tan graves. No lo hice a propósito

Diego estaba lleno de remordimiento, con una mirada suplicante.

Sé que esperaba que yo respondiera como antes, sonriendo y diciéndole que no importaba.

Con una expresión helada, le dije: -No necesitas disculparte conmigo, porque no puedo perdonarte. Luego me alejé rápidamente con la urna que contenía las cenizas de mi madre.

Leticia estaba de pie a un lado, mirándome fijamente. Aunque aparentaba tranquilidad, sus ojos estaban llenos de una alegría triunfante.

Mientras pasaba junto a ella, le dije: -Felicidades, has ganado.

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