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Al salir del cementerio, llevé la urna con las cenizas de mi madre a la casa que compartía con Diego y empecé a empacar mis pertenencias.

No tenía muchas cosas. La mayoría de la ropa en el armario la había comprado para agradar a Diego, pero en realidad, no me gustaba, así que lo tiré todo.

Ahora no quería nada que estuviera relacionado con Diego.

Incluyéndolo a él.

Justo cuando terminé de empacar y estaba a punto de irme, Diego apareció.

Se veía algo desmejorado: -Blanca, te he comprado tu fruta favorita, yaca. Diego habló suavemente, con un tono cauteloso.

Mirandolo ahora, me recordaba a mi antigua yo.

Antes, yo también era como él, humilde y patética, siempre con cautela.

Pero yo lo hacía por amor, mientras que él lo hacía por remordimiento.

-En realidad, no me gusta la yaca, sólo la comía porque te gustaba a ti. Tú no me conoces en absoluto. Entre nosotros, todo ha terminado.

Hablé con frialdad, sin cambiar de expresión.

Siete años.

Durante siete años completos, hice todo lo posible por cambiarme y agradarlo, para que la mirada de Diego se posara en mí unos segundos más.

Todo lo que hacía giraba en torno a él. Si me sonreía, me alegraba por días. Si fruncía el ceño, me angustiaba.

Lo amaba ciegamente, hasta perderme completamente. En esos días sin ser amada, vivía con miedo y era humilde como un perro.

Cuando aceptó casarse conmigo, pensé que finalmente había llegado mi momento de felicidad. Pero me equivoqué.

El sentimiento es algo que no se puede forzar.

El amor es como una niebla espesa que nubla nuestra visión. Solo soltando se puede ver el camino por

delante.

Si hubiera despertado antes, mi madre no habría caído conmigo en las expectativas puestas en Diego. Odio a Diego, pero también odio a mi antiguo yo.

-Blanca, decías que tu mayor sueño era casarte conmigo, ¿verdad? No te vayas, mañana mismo me casaré contigo y te haré la novia más deslumbrante de esta ciudad.

Diego intento tomarme de la mano, pero me aparté.

No sabía cuándo empecé a rechazar su cercanía.

-¿La novia más deslumbrante? Diego, ¿no crees que eso es irónico?

Mencionar la boda era como echar sal en mi herida. Que Diego pensara que aún deseaba ser su novia era sobrestimar su importancia para mí.

Él se quedó paralizado un momento, luego continuó con voz baja: -Sé que me equivoqué la última vez, y me doy cuenta de mis errores. Acabo de hablar con Leticia y le dije que no volvería a contactar con ella.

-Diego, no necesitas sacrificarte para enmendar tus errores. Entre tú y yo, hemos terminado, cada uno por su camino.

-No, no lo hago por enmendar errores. Realmente no quiero perderte, quiero estar bien contigo. Diego se apresuro a explicar, pareciendo sincero.

Pero para mí, era difícil de creer.

No podía distinguir la verdad de la mentira, ni me importaba.

-Adiós.

Me despedí de Diego sin volver la vista atrás ni detenerme. El amor es sumamente efímero.

Una vez que se desvanece, desaparece sin dejar rastro alguno.

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